Leonor García Hernando · Boca que la noche abre

ISBN 978-987-4409-22-5
14 x 20 cm, 88 páginas
1ra edición junio de 2018
colección fuera de serie

$26.000,00

Compra en hasta 12 pagos sin tarjeta con Mercado Pago
Categoría:

Descripción

Leonor García Hernando nació en Tucumán en 1955 y murió en 2001 en la ciudad de Buenos Aires, producto de un cáncer, dos semanas antes de la publicación de su último poemario. Poeta de culto, formó parte del “Taller Literario Mario Jorge de Lellis” y del consejo de redacción de la revista Mascaró. Publicó Mudanzas (Ediciones del Taller Literario Mario Jorge De Lellis, 1974), Negras ropas de mujer (Colección de Poesía Mascaró, 1987), La enagua cuelga de un clavo en la pared (Último Reino, 1993), Tangos del orfelinato / Tangos del asesinato (Colección de Poesía Mascaró, 1999) y El cansancio de los materiales (Colección de Poesía Mascaró, 2001).

La verdadera poesía es la que se ofrece como espacio de contienda (pero amorosa) entre la palabra singular y la lengua social, entre un modo del lenguaje tan único como las huellas digitales y la convención que permite la comunicación. Así es la poesía de Leonor.
Este libro comienza diciendo Yo existo, pero no es el yo anecdótico ni el yo lírico ni el grandioso de Whitman. Es el yo-palabra-singular que va pariendo su existencia desde el vientre del lenguaje de todos. Y logra el equilibrio: poesía única pero que se comunica. Con belleza, con sutileza. No se impone, susurra y encanta.

Susana Villalba

Leonor García Hernando fue fiel a sí misma. Vivió en unidad de poesía y vida. Creo que en los años setenta y ochenta no existió otra representante así de cabal que haya unido a la poesía con el acto cotidiano en forma tan radical. Sentada sobre sí misma en el bar La Paz escribía y se iba con sus poemas. Fue la mejor representante de las escrituras que se crearon entre fronteras, y fue para nosotros una referencia permanente.

Juano Villafañe

 

[un poema]

en la mesa familiar mi padre no tenía silla.
Él comía parado, erguido sobre el mármol como un monumento fúnebre;
pero su voz era alegre y ronca
y le gustaba relatar los condimentos usados al preparar el almuerzo
porque era mi padre quien cocinaba en casa.

Tiempo atrás él degollaba las gallinas en la pileta del lavadero
y tapaba los chillidos del animal con el ruido del agua.
Con mi madre compartían ese espacio.
Allí donde mi madre golpeaba la ropa
él golpeaba la cabeza de un pájaro feo y sin otra gracia
que su entrega a una muerte cruenta.

Supe entonces que si era fea compartiría la suerte de unas plumas sangrientas
y así fue cierto
que mi garganta respira por el tajo.

 

[de El cansancio de los materiales]